Podemos utilizar el tratamiento
osteopático en algunas de las patologías de la mujer embarazada aunque la
mayoría de ellas y de los profesionales de la salud lo desconocen. Es muy
importante conocer los problemas obstétricos que podemos tratar, ya que pueden
existir contraindicaciones relativas al tratamiento. Un porcentaje superior al
50% de las embarazas refiere algún dolor del sistema músculo-esquelético
durante el embarazo. Para realizar el tratamiento es necesario conocer la
fisiología de la reproducción humana, el cuerpo de la mujer embarazada, el feto
y su desarrollo y el efecto que ejerce todo esto sobre la estructura de la
paciente.
El tratamiento osteopático mejora el
equilibrio homeostásico y facilita que la gestante se adapte a los cambios
estructurales y hormonales del cuerpo, pudiendo así disminuir las molestias
provocadas por las tensiones en el crecimiento del útero. Durante el
tratamiento, debemos tener en cuenta la posición del feto dentro del útero de
la madre y su evolución, es decir, las
posibles tensiones que puedan acumularse con los cambios estructurales en la
mujer durante el crecimiento de éste. También se producen cambios importantes a
nivel hormonal y psicológico.
Las nuevas tecnologías usadas
para el estudio del feto han dado solución a numerosos problemas que podía
tener la gestante y que, hoy en día, se pueden corregir. Es imprescindible por
tanto, el trabajo multidisciplinar entre ginecólogo, matrona y osteópata para
compartir la información que cada uno haya recogido y decidir una línea de
tratamiento que beneficie lo máximo posible a la gestante.
Los cambios biomecánicos
estructurales adaptativos al desarrollo del feto producen cambios en la
circulación arterial y venosa. Se produce durante la gestación un aumento de la
afluencia de sangre hacia los órganos de la pelvis para cumplir las necesidades
metabólicas de la situación y muchas veces, el retorno venoso hacia la
circulación sistémica se enlentece provocando congestión de los órganos
maternos. Los cambios de gradiente de presión y de respiración entre el abdomen
y el tórax también alteran la dinámica
del retorno venoso, y, en ocasiones, el útero al presionar la vena cava
inferior contribuye a la congestión. Esto puede provocar hemorroides, varices
en la vulva y miembros inferiores. Si el éxtasis llega a congestionar órganos
como hígado, páncreas o el sistema de recogida de sangre medular y vertebral
(el sistema ácigos y hemiácigos) pueden provocarse cefaleas, náuseas, mareos,
etc.
Los
cambios hormonales se mantendrán después del parto. Uno de estos cambios es el
ensanchamiento y el aumento de movilidad de las articulaciones sacroilíacas y
sínfisis púbica gracias al aumento de la hormona relaxina que es la principal
responsable de la laxitud articular. Sobre todo, se concentra en el útero y
ligamentos de la pelvis. Otro de los cambios relacionado con las alteraciones
hormaonales (progesterona, relaxina) es la elevación del diafragma aproximadamente
4 cm al elevarse la caja torácica. El aumento en la concentración de
progesterona puede ocasionar retención de líquidos y contribuir en la
congestión. Ésta, provoca la acumulación de productos metabólicos de desecho en
los tejidos blandos y en el aparato digestivo que pueden ser responsables de
dolor.
El dolor más común en la mujer
embarazada es la lumbalgia. Al aumentar el peso del feto, el centro de gravedad
de la mujer se desplaza hacia delante. El cuerpo debe adaptarse aumentando las
curvas de la columna y una anteversión pélvica. Esto supone un aumento
importante de la carga mecánica sufrida por las carillas articulares de la
unión lumbosacra y de la zona lumbar. La zona de las articulaciones
sacroilíacas sufre tensiones también por el agrandamiento del útero.
Culturalmente, el dolor lumbar se considera inevitable durante el embarazo
tanto para mujeres como médicos. El embarazo por sí solo puede aumentar la
intensidad del dolor de algunos problemas que ya existían antes de la
gestación.
Nuestro trabajo consiste,
mediante la terapia osteopática, en conseguir que el cuerpo de la paciente sea
capaz de adaptarse a la nueva situación para que desaparezcan los síntomas
(dolor de espalda, naúseas, vómitos, mareos, cambios de humor,…) ya que la gestación
fisiológica no debería ser dolorosa ni
sintomática de ningún tipo.
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