lunes, 3 de marzo de 2014

EL DISCO INTERVERTEBRAL







El disco intervertebral es el responsable de la mayoría de dolores lumbares de los pacientes que acuden a nuestras consultas. Es una estructura que une las vértebras de nuestra columna dándole solidez y permitiendo su movilidad al mismo tiempo. Está formado en su centro por una especie de gel, donde podemos encontrar ciertas proteínas y agua en un 90% de su constitución. Este gel, el núcleo pulposo, es rodeado y encerrado por una serie de capas fibrosas (de 15 a 30) de diferente orientación de sus fibras en cada una de ellas con respecto a la anterior. Es el anillo fibroso. Un cartílago de 3 a 4 milímetros de espesor se interpone entre el cuerpo óseo de la vértebra de arriba y la de abajo, llamado placa cartilaginosa. Esta constitución característica permite al disco recibir la compresión del peso del cuerpo y deformarse ligeramente para disipar energía.

Al disco intervertebral no llegan arterias directamente que le aporten, a través de la sangre, las sustancias necesarias para que el disco pueda nutrirse y permanecer “sano”, como son glucosa, oxígeno, agua,… La manera de conseguirlas es absorviéndolas a través de la placa cartilaginosa y esta función la realizan las proteínas del núcleo pulposo. Los pesos y cargas que soporta nuestra columna a lo largo del día provocan que la compresión transmitida al disco y recibida por el núcleo haga salir el agua de éste a través de la placa cartilaginosa hacia el cuerpo vertebral. Es decir, se va deshidratando. Es durante el descanso nocturno cuando el disco intervertebral aprovecha para recaptar el agua pérdida a lo largo del día. Se vuelve a hidratar y aumenta su volumen. Por esto, es cierto que somos un poco más altos por la mañana que al final del día.

Este disco es una estructura a la que no llegan nervios que le presten capacidad sensitiva; “no siente”. Por lo tanto, cuando el disco se va degenerando, no duele.
Cuando doblamos la columna hacia delante (por ejemplo al agacharnos, al estar sentados,…) el peso recae más sobre la parte anterior del disco y el gel intenta escaparse hacia detrás, como hace cualquier sustancia acuosa al ser presionada: escapa hacia la zona de menor presión. De manera que las fibras del anillo en la parte posterior soportan la tensión del núcleo. Las articulaciones posteriores de las vértebras se separan. En los movimientos contrarios, cuando doblamos la espalda hacia detrás, el peso del cuerpo recae sobre las articulaciones posteriores de las vértebras (se juntan entonces) y muchísimo menos sobre la parte posterior del disco que en los movimientos hacia delante. La presión intradiscal cae bruscamente en estos movimientos.

El disco intervertebral está preparado para el movimiento. Las malas posturas mantenidas, mantienen constante la presión del núcleo contra las fibras. Éstas son durísimas y resistentes. De hecho, un disco sano es una de las estructuras más fuertes del cuerpo si no la que más. Si pensamos en la actividad diaria de muchos de nosotros podemos observar que nos pasamos el día machacando al disco con malas posturas y encima, todas hacia la flexión; hacia delante, con lo que la presión sobre éste todavía se incrementa muchísimo más. Nos levantamos por la mañana y doblamos la espalda para vestirnos, ponernos los calcetines , pantalones, lavarnos la cara, etc. Nos sentamos para desayunar; después te sientas en el coche para ir a trabajar. Algunos llegan a la oficina o al despacho y se sientan durante muchas horas; otros tienen trabajos en los que se tienen que doblar hacia delante e incluso levantar peso. Te sientas para comer. Llegas a casa y te sientas a cenar. Y, cuando acabas, ¿qué haces? Exacto, te sientas en el sofá. A descansar, por supuesto, después de un día largo. Esta sobrecarga mecánica sobre el disco, va debilitando, con el paso de los años, las potentes fibras que lo retienen en su posición para que se pueda hidratar. Se van rompiendo, generalmente de dentro afuera. El gel se va escapando hacia la periferia, y se va modificando la presión hidrostática de dentro del disco que le permite realizar sus funciones correctamente. Todo esto ocurre sin que nos demos cuenta, ya que el disco no duele cuando se va rompiendo por dentro, recordemos que no tiene sensibilidad.

Como el cuerpo es muy sabio, para detectar la consecuente deshidratación y deformación del disco, ha puesto un freno detrás de los cuerpos vertebrales y del disco y delante de las meninges que protegen la médula, un ligamento. Éste sí que recibe mucha inervación, es decir es muy sensitivo, si se le molesta mucho puede provocar un dolor muy importante y contracturas musculares reflejas para protegerse del empuje posterior del disco cuando va abombándose.

Cuando, después de años de maltratar a nuestros discos, la rotura de las fibras más externas del anillo fibroso pueden provocar protrusiones, es decir, abombamientos que presionen el ligamento. Entonces empiezan las molestias lumbares después de muchas horas sentado. Notamos la necesidad de movernos en la silla y cambiar un poco de posición. De esta manera se alivia el dolor porque cambiamos ligeramente la presión sobre el disco y deja de presionar esa zona del ligamento que se estaba quejando para presionar otra que al rato se vuelve a quejar. Estas molestias se pasan al descansar por la noche, ya que el disco se vuelve a hidratar y no hay casi peso cuando estamos tumbados en la cama, e manera que no hay presión sobre el ligamento. Cuando el proceso de degeneración del disco va avanzando, las presiones sobre el ligamento son mayores, de manera que el dolor también aumenta tanto en intensidad como en frecuencia; la presión es mayor, el disco está más gastado y con el descanso cada vez tiene más dificultades para hidratarse.

El cuerpo nos va avisando que hay un problema, pero como el dolor se pasa y no vuelve a aparecer hasta pasado un tiempo, el paciente cree “que se ha curado”. Ni mucho menos, ha cogido aire el disco, pero la degeneración avanza y cada vez quedan menos fibras del anillo para retener al disco. Las presiones sobre el ligamento son mayores, por lo tanto aumentan los dolores y las crisis de lumbalgia; empiezas a quedarte “enganchado” con movimientos insignificantes y no entiendes como agachándote a por un papel del suelo te ha pegado una sacudida en la espalda. Se ha roto alguna fibra y la presión ha subido de golpe sobre el ligamento, con lo cual, para defenderse de la agresión, bloquea el sistema muscular mediante un espasmo fuerte de la musculatura. Medicación y reposo. Se pasa (cada vez tardas más en recuperarte del dolor) y curado. Hasta la siguiente.


Cuando se rompe la última fibra del anillo, el gel ya no tiene retención y se escapa dentro del canal de la médula pudiendo presionar libremente al ligamento y/o alguna raíz nerviosa que emerge de la espalda para dirigirse a la pierna. Entonces se produce la ciática. Ese dolor irradiado, como una cuerda, generalmente por la parte posterior de la pierna y que llega hasta el pie.  Puede ser un dolor intenso y muy molesto. La compresión del nervio, además de dolor importante, puede dar manifestaciones motoras (espasmos importantes en un primer momento de la crisis). No llegamos a entender cómo ha aparecido este dolor que nunca antes habíamos tenido y nos lo hemos provocado nosotros sin saberlo: ¿Qué podemos hacer? La respuesta en próximos capítulos.

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