El disco
intervertebral es el responsable de la mayoría de dolores lumbares de los
pacientes que acuden a nuestras consultas. Es una estructura que une las
vértebras de nuestra columna dándole solidez y permitiendo su movilidad al
mismo tiempo. Está formado en su centro por una especie de gel, donde podemos
encontrar ciertas proteínas y agua en un 90% de su constitución. Este gel, el
núcleo pulposo, es rodeado y encerrado por una serie de capas fibrosas (de 15 a
30) de diferente orientación de sus fibras en cada una de ellas con respecto a
la anterior. Es el anillo fibroso. Un cartílago de 3 a 4 milímetros de espesor se
interpone entre el cuerpo óseo de la vértebra de arriba y la de abajo, llamado
placa cartilaginosa. Esta constitución característica permite al disco recibir
la compresión del peso del cuerpo y deformarse ligeramente para disipar
energía.
Al disco
intervertebral no llegan arterias directamente que le aporten, a través de la
sangre, las sustancias necesarias para que el disco pueda nutrirse y permanecer
“sano”, como son glucosa, oxígeno, agua,… La manera de conseguirlas es
absorviéndolas a través de la placa cartilaginosa y esta función la realizan
las proteínas del núcleo pulposo. Los pesos y cargas que soporta nuestra
columna a lo largo del día provocan que la compresión transmitida al disco y
recibida por el núcleo haga salir el agua de éste a través de la placa
cartilaginosa hacia el cuerpo vertebral. Es decir, se va deshidratando. Es
durante el descanso nocturno cuando el disco intervertebral aprovecha para
recaptar el agua pérdida a lo largo del día. Se vuelve a hidratar y aumenta su
volumen. Por esto, es cierto que somos un poco más altos por la mañana que al
final del día.
Este disco es una
estructura a la que no llegan nervios que le presten capacidad sensitiva; “no
siente”. Por lo tanto, cuando el disco se va degenerando, no duele.
Cuando doblamos la
columna hacia delante (por ejemplo al agacharnos, al estar sentados,…) el peso
recae más sobre la parte anterior del disco y el gel intenta escaparse hacia
detrás, como hace cualquier sustancia acuosa al ser presionada: escapa hacia la
zona de menor presión. De manera que las fibras del anillo en la parte
posterior soportan la tensión del núcleo. Las articulaciones posteriores de las
vértebras se separan. En los movimientos contrarios, cuando doblamos la espalda
hacia detrás, el peso del cuerpo recae sobre las articulaciones posteriores de
las vértebras (se juntan entonces) y muchísimo menos sobre la parte posterior
del disco que en los movimientos hacia delante. La presión intradiscal cae
bruscamente en estos movimientos.
El disco
intervertebral está preparado para el movimiento. Las malas posturas
mantenidas, mantienen constante la presión del núcleo contra las fibras. Éstas
son durísimas y resistentes. De hecho, un disco sano es una de las estructuras
más fuertes del cuerpo si no la que más. Si pensamos en la actividad diaria de
muchos de nosotros podemos observar que nos pasamos el día machacando al disco
con malas posturas y encima, todas hacia la flexión; hacia delante, con lo que
la presión sobre éste todavía se incrementa muchísimo más. Nos levantamos por
la mañana y doblamos la espalda para vestirnos, ponernos los calcetines ,
pantalones, lavarnos la cara, etc. Nos sentamos para desayunar; después te
sientas en el coche para ir a trabajar. Algunos llegan a la oficina o al
despacho y se sientan durante muchas horas; otros tienen trabajos en los que se
tienen que doblar hacia delante e incluso levantar peso. Te sientas para comer.
Llegas a casa y te sientas a cenar. Y, cuando acabas, ¿qué haces? Exacto, te
sientas en el sofá. A descansar, por supuesto, después de un día largo. Esta
sobrecarga mecánica sobre el disco, va debilitando, con el paso de los años,
las potentes fibras que lo retienen en su posición para que se pueda hidratar.
Se van rompiendo, generalmente de dentro afuera. El gel se va escapando hacia
la periferia, y se va modificando la presión hidrostática de dentro del disco
que le permite realizar sus funciones correctamente. Todo esto ocurre sin que
nos demos cuenta, ya que el disco no duele cuando se va rompiendo por dentro,
recordemos que no tiene sensibilidad.
Como el cuerpo es
muy sabio, para detectar la consecuente deshidratación y deformación del disco,
ha puesto un freno detrás de los cuerpos vertebrales y del disco y delante de
las meninges que protegen la médula, un ligamento. Éste sí que recibe mucha
inervación, es decir es muy sensitivo, si se le molesta mucho puede provocar un
dolor muy importante y contracturas musculares reflejas para protegerse del
empuje posterior del disco cuando va abombándose.
Cuando, después de
años de maltratar a nuestros discos, la rotura de las fibras más externas del
anillo fibroso pueden provocar protrusiones, es decir, abombamientos que
presionen el ligamento. Entonces empiezan las molestias lumbares después de
muchas horas sentado. Notamos la necesidad de movernos en la silla y cambiar un
poco de posición. De esta manera se alivia el dolor porque cambiamos
ligeramente la presión sobre el disco y deja de presionar esa zona del
ligamento que se estaba quejando para presionar otra que al rato se vuelve a
quejar. Estas molestias se pasan al descansar por la noche, ya que el disco se
vuelve a hidratar y no hay casi peso cuando estamos tumbados en la cama, e
manera que no hay presión sobre el ligamento. Cuando el proceso de degeneración
del disco va avanzando, las presiones sobre el ligamento son mayores, de manera
que el dolor también aumenta tanto en intensidad como en frecuencia; la presión
es mayor, el disco está más gastado y con el descanso cada vez tiene más
dificultades para hidratarse.
El cuerpo nos va
avisando que hay un problema, pero como el dolor se pasa y no vuelve a aparecer
hasta pasado un tiempo, el paciente cree “que se ha curado”. Ni mucho menos, ha
cogido aire el disco, pero la degeneración avanza y cada vez quedan menos
fibras del anillo para retener al disco. Las presiones sobre el ligamento son
mayores, por lo tanto aumentan los dolores y las crisis de lumbalgia; empiezas
a quedarte “enganchado” con movimientos insignificantes y no entiendes como
agachándote a por un papel del suelo te ha pegado una sacudida en la espalda.
Se ha roto alguna fibra y la presión ha subido de golpe sobre el ligamento, con
lo cual, para defenderse de la agresión, bloquea el sistema muscular mediante
un espasmo fuerte de la musculatura. Medicación y reposo. Se pasa (cada vez
tardas más en recuperarte del dolor) y curado. Hasta la siguiente.
Cuando se rompe la
última fibra del anillo, el gel ya no tiene retención y se escapa dentro del
canal de la médula pudiendo presionar libremente al ligamento y/o alguna raíz
nerviosa que emerge de la espalda para dirigirse a la pierna. Entonces se
produce la ciática. Ese dolor irradiado, como una cuerda, generalmente por la
parte posterior de la pierna y que llega hasta el pie. Puede ser un dolor intenso y muy molesto. La
compresión del nervio, además de dolor importante, puede dar manifestaciones
motoras (espasmos importantes en un primer momento de la crisis). No llegamos a
entender cómo ha aparecido este dolor que nunca antes habíamos tenido y nos lo
hemos provocado nosotros sin saberlo: ¿Qué podemos hacer? La respuesta en
próximos capítulos.
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